Dean Martin

Dean Martin no se cansó de repetir a lo largo de toda su vida que los dos momentos más importantes de su carrera fueron cuando se asoció con Jerry Lewis y cuando se separó de Jerry Lewis. Dino sabía de lo que hablaba. Allí estaba él ahora, solo, sentado en un camerino del hotel Sands, que no sabía si volvería a pisar, mientras Jerry se pavoneaba como amo y señor de cada proyecto en el que se aventuraba. Tras la ruptura, Dean había intentado sin éxito un gran triunfo en alguna sala de actuaciones, pero en el mejor de los casos la respuesta fue la indiferencia del público. Sin Jerry, su número parecía incompleto, un baladista más. Todos anhelaban al cómico bailando torpemente en medio de las canciones o peleando con el cantante entre ellas. Jack Entratter, el presidente de la corporación dueña del hotel Sands durante los años dorados de Las Vegas, era el encargado del Copacabana de Nueva York cuando Martin & Lewis comenzaban a hacerse un nombre, así que no resistió echarle una mano a Dean cuando se enteró de sus penurias artísticas y económicas tras la disolución de la pareja.


El debut de Dean Martin en el Sands pudo quedar en algo anecdótico de no ser por una llamada telefónica. La que le hizo otro artista en horas bajas, el guionista Ed Simmons, que ya había escrito algunas cosas para la Martin & Lewis en su popular espacio televisivo The Colgate Comedy Hour. Simmons le dijo a Dean que había seguido sus últimos pasos, y creía que si quería volver a triunfar debía ofrecer al público algo completamente distinto, no un Martin sin Lewis, sino un Dean Martin nuevo, fresco y original. Así fue como, entre los dos, crearon el personaje y el mito de Dean “el borrachín”. El cantante le pidió que escribiese algunos chistes en la línea del gran cómico Joe E. Lewis, toda una institución nacional que había hecho del borracho un personaje entrañable para los espectadores. Dean le admiraba realmente. Y si Simmons iba a confeccionarle la imagen adecuada, el pianista Ken Lane estaba destinado a convertirse en el apoyo perfecto en escena. Cómplice en los chistes y consumado improvisador, Lane acababa de sustituir al pianista de acompañamiento habitual de Dean, procedente de los días junto a Jerry. El cambio no pudo ser más oportuno.


Aquella noche del 6 marzo de 1957, sentado en el sofá del camerino, con su albornoz blanco y sus relucientes zapatos negros, Dean Martin fumaba compulsivamente un Chesterfields tras otro en compañía de su círculo de confianza. Por supuesto estaba con él su amigo más cercano, acompañante en cada gira y asesor musical, Mack Gray. Había sido durante veinte años asistente del actor George Raft, un artista de conocidas relaciones con la Mafia al que Dean admiraba por su increíble forma de entender la vida. A través de Gray, el cantante había podido acercarse a su ídolo, y conocer mejor sus principios. Por ejemplo, Raft nunca trabajaba en ninguna película que no le apeteciese de verdad, ni permanecía en una fiesta cuando ésta dejaba de agradarle; no importaban los compromisos. Cuando no trabajaba, dejaba pasar las horas bebiendo cócteles al sol en su piscina, en albornoz, mientras veía corretear y bañarse a las bailarinas, aspirantes a actriz y cantantes soñadoras que eran invitadas a su casa con la única condición de que debían andar siempre desnudas por ella. Mucho de esa imagen de Raft se vería aquella noche en el escenario del Copa.
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En el camerino también le acompañaban Ken Lane y Jay Gerard, su estilista habitual. Gerard le tenía preparado su esmoquin negro de costumbre, forrado de elegante satén rojo. Pero en el último momento Dino decidió romper por completo con su pasado artístico. Devolvió el esmoquin y se embutió en el elegante traje gris, de efecto espejo, con corbata a juego, diseñado especialmente para él por Sy Devore, uno de los sastres más cotizados de Los Ángeles. Era cuestión de estilo, como la decisión de no usar dos veces el mismo par de calcetines. Sentado ante su mesa de maquillaje, casi espartana al lado de las de otros artistas, Dino se untó el pelo con algo de brillantina, y tras limpiarse bien las manos, se roció a conciencia con su loción habitual. Después apuró el J&B y el cigarrillo que le acompañaban desde hacía un rato, y se dispuso a recorrer el pasillo que le llevaría al escenario.

Los nervios ya no reflejaban temor o incertidumbre, sino ansiedad. Dino Crocetti estaba deseando saber qué efecto causaría en el público el nuevo Dean Martin. Tenía algo nuevo que ofrecerles, algo que no habían visto antes, algo que había preparado a conciencia, aunque la clave estaría en hacerles creer que todo era improvisado. Tenía algo nuevo que debía conquistarles.
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“Señoras y señores: el Hotel Sands se enorgullece de presentarles a la estrella de nuestro espectáculo, directamente desde el bar: ¡Dean Martin!”


Los diecisiete músicos de la orquesta de Antonio Morelli comenzaron a tocar. Los aplausos y vítores del público se mezclaban con el ruido de las copas y cubiertos al reposar sobre la mesa. Nadie comería, nadie bebería. Todos los reunidos en el salón Copa habían recorrido muchos kilómetros para asistir la resurrección o definitiva muerte de un artista muy querido. Y lo que vieron, al menos en principio, les sorprendió.
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Dean Martin apareció en escena con un cigarrillo en una mano y un vaso con hielo y whisky en la otra (en realidad era zumo de manzana, lo sería durante años). Su paso era torpe, su expresión, risueña. La música sonaba a la espera de que empezase a cantar. Avanzando en zig-zag, a trompicones, continuó hasta el borde del escenario, ante el micrófono, desde donde miró a unos y a otros, que no pudieron reprimir sus carcajadas ante el inesperado aspecto del cantante. La música seguía sonando. Entonces, empezó a saludar. Lanzó guiños, movió su mano e incluso tiró algún beso. Y la música sonaba. De pronto se hizo el sorprendido al ver el micrófono, dio un paso a un lado para alejarse de éste. “Voy a quedarme aquí en lugar de allí”, dijo, y bebió un trago. Miró al respetable. “Cuanto más bebo mejor canto”, y volvió a beber… Cerca de un minuto en el escenario, con tan sólo dos frases para mantener el momento, y ya logró arrancar una ovación al público. Y eso fue sólo el principio. Atacó entonces con un popurrí de grandes éxitos que tenía los textos alterados, lo que a partir de entonces sería algo característico en sus actuaciones. “Querída, si te he amado, perdóname”, decía la canción original, pero Dean cantó: “Querida, si me he casado contigo, perdóname”.
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Entre cada tema, Dean soltaba pequeños monólogos que hacían que el público se desternillase de risa, monólogos que cimentarían la idea de Dean “el borrachín”, dentro y fuera del escenario. Todo parecía realmente improvisado, las auténticas ocurrencias de un hombre afable con algunas copas de más. El proyecto ideado junto a Simmons surtía efecto. “Olvidé comentarles el terrible accidente de mi esposa –comentó antes de levantar su vaso-. Se bebió mi zumo de manzana para desayunar”. Otro de los clásicos que estrenó esa noche fue: “Tengo siete hijos maravillosos –Sin esperar a más, el público festejó la “hazaña”, pero Dean siempre remataba sus frases-. No aplaudan, sólo me llevó siete minutos”. Al terminar That’s amore, uno de sus éxitos indiscutibles de los años junto a Jerry, levantó el vaso de nuevo y anunció solemne: “Ya no bebo –y esbozó una sonrisa-. Ya no bebo menos”. Tras otra de las canciones, llegando ya la apoteosis de su número, con el público visiblemente excitado y aplaudiendo, Dean retrocedió unos pasos hasta toparse con el mastil del micrófono. “¡Ups. Perdona, Jerry!” Los vítores de la platea secundaron el chiste. Dino sonreía pletórico. Era feliz. La gente quería a Jerry Lewis, pero acaba de comprobar que él también podía contar con su cariño.
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Aquella misma noche Jack Entratter le presentó a Dean Martin un contrato por cinco años para actuar en el Sands, mientras decenas de personas hacían cola ante su camerino para darle la enhorabuena. Y no eran espectadores cualquiera, sino gente como Lucille Ball, Debbie Reynolds o Jack Benny, compañeros de profesión que habían asistido a aquellos 38 minutos de puro y gratificante espectáculo y que sabían mejor que nadie lo logrado por Dean. Quitarse de encima un pasado de fulgurante éxito para empezar desde cero no era nada fácil, pero él lo había conseguido.

A excepción de la primera y los dos primeros planos, el resto de las fotos corresponden a aquella legendaria noche de 1957 en el Hotel Sands.